Armengol, más allá del fanatismo
El fanatismo catalanista de Francina Armengol no conoce límites. No es una cuestión de convicción, sino de hacer lo que sea para que sus socios soberanistas de Esquerra Republicana de Catalunya (perdón, Més per Mallorca) no la levanten del asiento. Por eso no para de hacerles concesiones, aunque la última eleva el listón hasta unos límites que eran difíciles de imaginar: el Govern exigirá un certificado de catalán a las cuatro personas con discapacidad intelectual que obtengan plaza de subalterno.
Hay que ser muy miserables para llevar el nacionalismo hasta estos límites. Hay que ser muy miserables para privar a gente con una discapacidad intelectual superior al 33% de un trabajo que mejoraría su calidad de vida y su autoconfianza simplemente porque no hablan catalán. Los discapacitados no necesitan que les pongan barreras, sino precisamente lo contrario. Necesitan todas las facilidades del mundo para sentirse lo más integrados posible en la sociedad. Vamos, justo lo que debería hacer aquel que se llama «gobierno progresista».
Esta inconcebible medida, que se une a otras similares como la persecución que está sufriendo la sanidad balear en todos los sectores que no se adhieren al yugo catalanista, no hace sino demostrar que Armengol, como buena discípula de Sánchez, sería capaz de abrir las puertas de Baleares a los hunos de Atila si con eso consiguiera garantizar su permanencia en el sillón del Consolat. Afortunadamente para esta comunidad cada vez queda menos tiempo para llegar a mayo de 2023, fecha en la que se permitirá a los ciudadanos expresar libremente -esperemos que así- su opinión.
A la vista de esta noticia y de otras como la expulsión de 11 optometristas de la sanidad balear por no tener título de catalán, no cabe sino preguntarse cuál será el siguiente veto de Armengol. ¿Quizás exigir a los perros y a los gatos que ladren y maúllen en catalán? Parece un disparate, pero conociendo el percal no hay que descartarlo.